La voz última

Pero no dejé que el alma se me fuera

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¡No! No es fácil convencerse, sin caer en derrotismos baratos ni pesimismos que a nada conducen, de que a este arco iris de paginas cubiertas de rimas y metáforas había que llamarla La Voz Última, y no de ninguna otra manera más subliminal, o incluso, más escueta, lacónica y simple.

Pero siempre, desde el primer verso, incluso desde la primera coma, supe que así debía llamarse. Porque, conforma lo que he dado en llamar una tetralogía (La Voz Abierta, La Voz Ausente, La Voz Definitiva) por cuanto como aquellas, su voz es el eco de mi voz, su eco, la voz quien sabe si la última, por aquello de que, como dicen sus versos, los tinteros muestran su vacío, su cansancio, su falta de capacidad para seguir creando, aunque sea la voz callada de mi propia voz.

Y sobre todo, por los Cuarenta sonetos para un lamento, que conforman su ser, y que no son otra cosa que un gemido al viento, un intento de golpe al cielo, una queja en forma de lamento, por esta última – así lo espero – zancadilla de la vida.

Lo otro, la falta, el penalti, llevará implícita la tarjeta roja y la inevitable e incuestionable expulsión. Se me ha ido el sentimiento en sus páginas, pero he conseguido retener el alma, para dibujar la verdad de un tiempo y un camino del que se atisba, aun lejano espero, del eco insonoro que he garabateado con La Voz Ultima. Luego, seguiré viviendo, con sus recuerdos.

J.M.P.

(Ito Uche)